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sábado, 13 de julio de 2013

EL PODER TRANSFORMATIVO DE LA ENFERMEDAD POR RAMIRO CALLE

 

Con las enfermedades muy graves pasan dos cosas: o sales de ellas o sucumbes a ellas. No hay otra opción. Pero si sales de ellas, una cosa es cómo puedes salir físicamente y otra si ha operado sobre la psiquis algún tipo de transformación. Se acaba de reeditar mi libro "En El Límite", donde relato minuciosamente lo que fue mi aventura haciendo piruetas sobre el alambre que se extiende entre la vida y la muerte. Tras haber estado casi un mes en la Uci, después de que me dieron incluso cuatro horas de vida, y casi otro mes en planta, habiendo sobrevivido casi contra todo pronóstico, vino a verme mi editor Ángel Fernández a la habitación del hospital, y me dijo que porqué no ponía en un libro todo lo que había padecido y me había sucedido. Me indigné con él en esos momentos de gran debilidad. Había adelgazado veintidós kilos, me sacaron de la Uci pensando uno de los intensivistas (y es palabra suya) que estaba "zumbado", me indicaron que la bacteria que había cogido (la listera) tiene un altísimo índice de mortandad y morbilidad. Tan débil estaba que no podía coger un vaso con la mano. Pero días después pensé que escribiendo ese libro para la editorial Kailas, sería como un avezado detective siguiendo las huellas de mi enfermedad, y más aun: me permitiría explorar los cambios que se habían producido en mí y escudriñar los estados de ánimo que me asaltaban.  
Buda declaró que la enfermedad, la vejez y la muerte son mensajeros dividos. Con ello quería expresar que estas fuentes de inevitable sufrimiento se pueden aprovechar para cambiar actitudes y puntos de vista, crecer interiormente, caminar con más celeridad por la larga senda hacia la autorrealización. Recordé en el hospital, ya en  planta y enseguida enseguida el antiguo adagio hindú que reza: "Lo que a unos debilita a otros fortalece". He aquí que lo que los yoguis llaman "el templo de Dios", o sea el cuerpo, en mí se había convertido en una verdadera ruina. Había sufrido una parada respiratoria, había estado semanas atado de pies y manos, intubado hasta que me hicieron la traqueotomía, había tenido tantos trastornos que cuando me visitó mi buen amigo Alvaro Enterría en el hospital dijo con cariño y buen sentido del humor : "Has tenido las enfermedades que se tienen en varias vidas". Se desbarató mi sistema inmunológico, se resintieron mis pulmones, mi visión era doble y mi cuerpo se caía hacia un lado, y mucho más. O sea, una especie de ruina somática, y eso que había tenido la gran fortuna de no quedar con secuelas infinitamente más graves. Durante mi enfermedad se habían colocado tres fotografías ante mi: la de Ramana Maharshi (que  trajo mi fraterno amigo Ignacio Fagalde, editor de "Trompa de Elefante"), la de Baba Muktananda y la de Baba Sibananda de Benarés. Cuando salía de mi inconsciencia, echaba un ojo a dichas fotografías. Fue Ramana el que declaró: "El cuerpo en si mismo ya es la enfermedad". Otros yoguis dicen: "La enfermedad está en el cuerpo, solo es cuestión de cuándo se va a manifestar".
Desde el momento en que me fue posible comencé a caminar por los pasillos del hospital, perdiendo una y otra vez el ejercicio.  En la misma cama hacía posturas de yoga, ejercicios de respiración, relajación y meditación. MI capacidad torácica era al principio como la de un pajarillo, pero no dejaba de practicar ejercicios de pranayama. Con las posturas del yoga, aún haciéndolas con mucho cuidado, tuve no pocas y dolorosas lesiones, pues mi musculatura era  de papel. No cejaba en mi empeño por reorganizarme psicosomáticamente.
Dos sentimientos muy profundos y trasformativos  me embargaban a cada momento: el de humildad y el de que lo más importante es el cariño. Tan intensos y sentidos eran estas emociones que las lágrimas corrían por mis mejillas. Mi aspecto era sumamente lamentable, pero le pedí a Luisa que me hiciera varias fotografías, por la simple razón de que nunca quería olvidar cómo había llegado a estar. Así quería mantener siempre vivo el recuerdo de la enfermedad, que es capaz de ayudaros a combatir cualquier tipo de autoimportancia, humildarnos y humanizarnos, discernir entre lo esencial y lo trivial, lo importante y lo banal. 
He retomado el yoga y la meditación con más fuerza que nunca. Sigo a diario contemplando las fotos de Ramana, Muktananda y Baba Sibananda, antes de ponerme a meditar. Ellos ya partieron (Baba Sibananda hace un año), pero si como dice el Vedanta ni venimos ni nos vamos, siguen siempre presentes.    Hay mucho que aprender con la enfermedad. ¡Cuán vulnerables, cuán frágiles somos!. Y solo un falsario como el ego nos hace creernos poderosos e incluso físicamente inmortales. La enfermedad es como un despertar, como un choque adicional, para removernos en lo más hondo y poder actualizar potenciales espirituales latentes. 
Gracias a la atención medica excepcional que he recibido y a la práctica incesante del yoga y la meditación, y a la suerte o al destino, ahora, al borde de mis setenta años me encuentro en un magnífico estado físico. Pero con la certeza racional e intuitiva, también transformativa, de que todo es transitorio, de que lo que nace tiende a degradarse y perecer. Mientras tanto, sea corto o largo el viaje de la vida, lo único que le da todo su sentido es poder colaborar en el bienestar de los demás y, en la medida de lo posible, liberarse de las cadenas del egocentrismo y la infatuación.
(En memoria de Miguel Ángel Calle, que tanto me ayudó durante la enfermedad, porque era un corazón tierno y un alma  muy grande).

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